Forma y contenido. No podemos creer en los discursos, son las acciones los que los reafirman o los niegan



Por: Turki Al-Maaz.

Las características del proceso revolucionario de Venezuela son bastantes peculiares, se habla de poder popular, de control obrero, de participación social, de socialismo, de antiimperialismo, en fin de un sin número de cosas que apuntan a la creación de un sistema social diferente al existente, esto, lejos de ser malo, no refleja en los hechos concretos la realidad en que vivimos.

Existe un discurso impresionista bien marcado hacia el socialismo que lo nutre todo y que de alguna manera es asumido por sectores, tanto populares como de la clase trabajadora, para generar formas organizativas que buscan la manera de avanzar en ese sentido, esto es un reflejo de la necesidad organizativa de los distintos colectivos. Ahora bien, para aquellos que militamos en distintos sectores, de trabajadores, de estudiantes, populares, es distinta la realidad ya que vemos como estos discursos se contradicen en las acciones, fundamentalmente los de la dirigencia del Estado, las organizaciones nacientes, son en su mayoría controladas por los entes gubernamentales.

La mayoría de las organizaciones padecen, producto de ejemplos concretos provenientes de la dirigencia institucional, de una especie de metamorfosis metodológica que contradice esos discursos, es decir, el método práctico asumido por la dirigencia institucional no es precisamente el que el marxismo, el leninismo nos legó. En ese sentido, estos colectivos actúan de la misma manera que lo hacen sus “dirigentes”, pues esperan soluciones de la dirigencia institucional a todos sus males, se encuentran supeditados a estos y su método de dirección es imagen y semejanza de esta referida dirigencia institucional.

Esto no significa que desconozcamos los avances que se han logrado, tanto en hechos como en discursos, pero de lo que se trata es de confrontar la realidad con los discursos, lo que implica que las decisiones sean tomadas por los colectivos sin ninguna manipulación y donde la dirigencia institucional se ponga al servicio de estos colectivos.

Hoy la práctica común sigue siendo la vertical, es decir, la toma de decisiones que en nada se mezcla con los colectivos en el aspecto de participación y control. El control lo ejerce de manera directa la burocracia institucional y esto es precisamente lo que genera, en la mayoría de los colectivos, formas metodológicas erradas y una confusión descomunal en los colectivos de lo que significa la esencia del socialismo.

Las prácticas erradas, sobre todo en lo metodológico, no permite el avance en la consciencia de estos colectivos, en ese sentido, estamos reproduciendo mecanismos que históricamente han fracasado, creemos que para dirigir una revolución debemos “nadar contra la corriente”.

Mientras la economía mundial y las nacionales sigan desarrollando formas capitalistas de producción y provocando el surgimiento de sectores burgueses, pequeños burgueses y de trabajadores privilegiados, no hay absolutamente ninguna posibilidad de que desaparezca la influencia de las ideas burguesas y pequeño burguesas, aunque estemos mil años luchando ideológicamente contra ellas.

Esto no quiere decir que neguemos la gran importancia de la lucha ideológica, pero debemos exigir que se la ponga en su verdadero lugar; es muy importante pero no el “único medio” o el privilegiado para extirpar la ideología burguesa. Su función radica en ser un poderoso sostén para la movilización permanente de la clase trabajadora, que lleve a la extirpación del régimen capitalista. Es decir, “el único medio” que la humanidad tiene para superar la ideología burguesa es lograr un nuevo sistema de producción bajo control de la clase trabadora.

No podemos quedarnos en el pensamiento institucionalista burgués. Son la burguesía y todos los sectores privilegiados los que han tratado de “santificar” las instituciones y normas para frenar la movilización revolucionaria.

En ese sentido, la clase trabajadora con el apoyo de todos los demás sectores debe crear, destruir, construir y combinar todo tipo de instituciones y normas, declarando la guerra a todas aquellas que pretenden eternizarse o contener la movilización, en nuestro proceso, toda norma o institución debe tener un carácter relativo, lo único absoluto y constante debe ser nuestra movilización revolucionaria. Ninguna institución tiene de por sí garantizado su papel progresivo en cada etapa de nuestra lucha, lo que nos obliga a precisarlo en cada momento: la institución que hoy fue revolucionaria mañana puede transformarse en reaccionaria. Entonces, como nuestro objetivo es que la revolución nunca se detenga, debemos considerar que lo único que no deja de ser progresivo, es decir, que no cambia de carácter, es la movilización de los explotados contra los explotadores.

Las normas e instituciones son el lado conservador de la movilización, pero en dos sentidos: uno, altamente positivo, que significa conservación de lo conquistado, atesoramiento de la experiencia, proyección de nuevas conquistas. El otro es negativo porque frena la espontaneidad y la movilización de la clase trabajadora, que es la única manera de seguir logrando conquistas, este último, tomando en cuenta los discursos, paradójicamente es el que se está imponiendo.

La situación revolucionaria en nuestro país surgió porque había implacables condiciones objetivas y no un proceso de maduración evolutiva de la consciencia y organización de la clase.

Lo que necesitan las grandes mayorías es hacer la revolución socialista, pero nuestro proceso corre por dos caminos opuestos: uno, el burocrático, y otro, el revolucionario. El primero fortalece al gendarme y a los sectores privilegiados de la clase trabajadora. El otro, a la movilización de los sectores más explotados. Este segundo camino es el que lleva a la profundización del proceso revolucionario. En cambio el primero propicia el aislamiento de los sectores más avanzados y nos impone la coexistencia con el imperialismo, y más aun, el retroceso, estancamiento o pérdida de lo conquistado. La Unión Soviética, China, Cuba, entre otros lo demostró y lo están demostrando.

En nuestro proceso pareciera que nuestro único enemigo es el imperialismo. Ciertamente este es el padre de todos los males que padece la población mundial, pero parece que nuestros dirigentes se olvidan de que este mal tiene mil formas de presentarse. El neoliberalismo, las oligarquías nacionales, la burocracia, los esquiroles, los oportunistas de izquierda, los reformistas, los revisionistas, entre muchas otras, son enemigos que carcomen el proceso por dentro.

El imperialismo sigue siendo dominante a nivel de la economía y la política mundiales, y sigue explotando a la clase trabajadora de manera directa y de manera indirecta en países como China o Cuba.

Ahora bien, como consecuencia de ello, la clase trabajadora de nuestro país sufre, además, una opresión doble, una por vía directa y otra por vía indirecta. Por vía directa la clase trabajadora sigue siendo explotada y oprimida por el sistema dominante, es decir, por el imperialismo ya que seguimos siendo un país capitalista y por vía indirecta en función de los nuevos “modelos” de producción que se han establecido en el desarrollo de nuestro proceso. Esta última como costo de la necesidad de defender nuestro proceso y del surgimiento de una burocracia que se queda con un sobreproducto. En este último, esta opresión es coercitiva y mantiene y aumenta los privilegios y la vida parasitaria de los funcionarios ya que son estos los que controlan estos nuevos “modelos” de producción.

La política nacionalista, reformista y burocrática de los procesos revolucionarios y de los Estados donde ha triunfado la revolución, así como de los partidos de masas en el mundo es lo que ha permitido al imperialismo transformar sus derrotas en meros retrocesos, y aun contrarrestar y mantener su dominio mundial, Venezuela no escapa a esto.

Los grandes monopolios no pueden gobernar ningún país ni ningún sector social directamente, Son una ínfima parte de la humanidad y, por lo tanto, sus personeros directos no pueden abarcar toda la sociedad. Para controlar sus empresas, los gobiernos, los parlamentos, los partidos, los sindicatos, los ejércitos, las policías, el aparato judicial y cultural el imperialismo y los grandes monopolios se ven obligados a apelar a sectores de la clase media que le hacen de correa de trasmisión, por ejemplo, los parlamentarios, los tecnócratas y ejecutivos, los militares, políticos y los burócratas, los gerentes de fábricas, los rompehuelgas, los burócratas sindicales (burocracia obrera), los esquiroles, los reformistas, revisionistas, oportunistas y sectarios de izquierda, todos estos son agentes del imperialismo y de los grandes monopolios.

Ahora bien si somos consecuentes con que el trabajo enajenado se vincula con la naturaleza esencial de la propiedad privada y con su desarrollo, por lo que la liquidación de la propiedad privada en un estadio dado del desarrollo social- a través de la revolución social de la clase trabajadora- implica simultáneamente la eliminación del trabajo enajenado.

Para Marx, la enajenación es el concepto que permite explicar aquellas relaciones que conducen a una forma de trabajo en la cual queda anulada la libre actividad humana, sustituyendo la función social del trabajo, orientada hacia el establecimiento de vínculos humanos entre los hombres, el hombre se afirma como ser humano cuando realiza la actividad de forma libre, capaz de proporcionar placer y no una actividad forzada. En el capitalismo, donde la actividad humana se realiza en los marcos de la propiedad privada, la explotación del trabajo asalariado se convierte en un medio de obtención de riquezas. Las relaciones entre los hombres pierden su carácter esencialmente humano y se potencian las necesidades no satisfechas y la descomposición de los valores espirituales.

Es decir, si no practicamos en los hechos concretos estas premisas, esenciales para la creación del hombre y la mujer nueva, no estaremos avanzando en lo absoluto hacia una sociedad socialista, en ese sentido, las prácticas en la forma de dirección de las empresas nacionalizadas, las prácticas de dirección en nuestras instituciones están marcando una forma errada y peligrosísima para la profundización de nuestro proceso y si esto lo aderezamos con la “construcción” socialista dentro del marco del sistema capitalista, la tarea es más cuesta arriba para las mayorías desposeídas. No es posible crear una nueva consciencia si solo cambiamos al patrón privado por uno público, que aplica medidas iguales o peores que el privado y donde la voz de la clase trabajadora es dejada a un lado y supeditada a las decisiones de la burocracia institucional.


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