Cultura del Siglo XXI Parte 1

Por Milton Gómez Burgos.

El siglo XXI nos sorprendió padeciendo de algunas calamidades que debimos haber superado, por simple y llana evolución, en el milenio anterior. Lo curioso es que el mundo en su gran mayoría, sobre todo su masa critica, trascendió estos adefesios hace ya largo tiempo, y quizá haya un consenso absoluto en la inteligencia humana, como para alcanzar estadios superiores de convivencia. Sin embargo, conceptos retrógrados sumergidos en el conservadurismo, que tienen sus orígenes en el oscurantismo y más allá, incluso, en la prehistoria, aun nos dictan la vida. Esto dice mucho, o lo dice otra vez, sobre el doble discurso, la ruptura entre idea y acción que practica una de las dos condiciones que se disputa la orientación o el dominio del mundo (según el caso). La derecha dice una cosa y hace otra para dominar y por lo general, quien toma las decisiones es la ultraderecha. Ésta poco habla, poco escribe, pero cuando lo hace, expresa en su discurso, el horror que imprime a sus congéneres a cambio de la seguridad que aspira para sus bienes, tangibles y no tangibles.

Lo añejo de algunas ideas y sus prácticas, no es el problema, como se ha querido hacer creer con lo que no es “moderno” o “neo”, sustituyendo todo lo que es de larga data, por lo obsoleto. El verdadero problema lo son sus fundamentos, el manantial donde han alimentado su ánima. En el caso de la derecha, esta tiene su origen en fuentes de mucha inestabilidad, de allí que gran parte de su esfuerzo está dirigido a esconder detrás del “universo de las simulaciones”, su estructural estado de crisis. Su profundo miedo a abandonar la seguridad que garantiza la ortodoxia, por los riesgos del progresismo. Quizá la derecha como concepción del mundo, debió desaparecer cuando se extinguieron los dinosaurios, dinamizadores de una espiral de terror que hoy es congénita. O mejor entendido, tal dimensión ideológica, se disparó tas el largo periodo de terror que las condiciones naturales incubaron en la mentalidad prehistórica. Pero el espíritu progresista es capaz de trascender a la amenaza coyuntural, tras la cual, las ideas fenecen, para proyectarse a la historia como un infinito acontecer de sucesos vitales, muy parecido a la eternidad. Es decir, el problema de fondo, no es la edad de la idea con respecto al novísimo siglo, sino la fuente que la engendra. Si tiene sus cimientos en la sensación de inseguridad que el hombre y la mujer de derecha experimentan, agotará su vigencia al desaparecer la amenaza que la percuta, produciendo ideas cortas y perecederas, pero profundamente devastadoras.


Ciertamente, el cristianismo primitivo u original, con sus mas de dos milenios a cuesta, símbolo de su propia cruz, el que aun no ha sido practicado (al igual que el socialismo), hoy contiene la misma portentosa promesa de cuando irrumpió como revolución, no solo redentora, sino como una de las posibilidades reales, de garantía de supervivencia de la especie humana. Su longevidad ideológica precisamente es consecuencia del exterminio al que ha sido sometido, tanto en lo material como en lo conceptual (si es que se puede exterminar una idea). El cristianismo es una propuesta tan poderosa que ha soportado dos mil años de “ideacidio”, de exterminio sistemático de sus verdaderos militantes y de mimetismo religioso. La hegemonía occidental ha descargado sobre él todo su poder destructivo durante dos mil años y no ha podido debilitar ni un tilín la fuerza de su verbo liberador y su práctica revolucionaria. El Nazareno canina hoy entre los pobres y oprimidos como lo hizo ayer, indomable e irreductible. El cristianismo hoy, tiene todo por hacer y el socialismo es parte de ese camino.


El nuevo siglo, amaneció con Ratzinger, alias Benedicto XVI, con todo y su prontuario pre y post nazi, sentado en el trono del rey de los apostólicos, dirigiendo una poderosa corporación a través del catolicismo; usurpando la fe de miles de millones de creyentes, y movilizando los ingentes capitales globales que esto genera, en cualquier mercado, antaño, en las empuñaduras de las espadas abriendo rutas comerciales, hoy financiando guerras imperiales con el mismo ancestral propósito: el poder.

Lo escandaloso no es que haya existido alguna vez un vicecristo, (paradójicamente en las brasas del imperio romano), en algún lugar, en algún tiempo, lo vergonzoso para los hombres y las mujeres de este siglo, es que haya logrado sobrevivir al sentido común de este tercer milenio. ¿Acaso hay alguien en este planeta, o fuera de él, que pueda creer que ancianos tan deshumanizados, pudieran representar o suceder a Jesucristo de alguna forma? ¿Hasta cuando el mundo va a fingir creer la estupidez de que unos conviertan a otros en “santos” (¿Qué es eso?) y que además cobren por ello, y lo peor, que grandes masas de gente, pueblos enteros, dediquen esfuerzos y tiempo, a veces hasta siglos de espera, para que la voluntad de unos seniles, pero astutos empresarios, diga: “amen” y coloquen a unas personas en ese manoseado e inexistente lugar muy parecido al limbo? El primer acto de humildad que debe profesar un buen cristiano es reconocer a Jesús como su máximo líder y orientador; jamás arrogarse su autoridad.


Al Siglo XXI también se deslizaron sin ningún rubor, eufemismos tales como: Territorios Dependientes, Territorios externos, Territorios de ultramar, Territorios organizados, Regiones Administrativas Especiales, Comunidades de Estados Independientes, Estados en Libre Asociación, Estados sin Reconocimiento, Dependencias, etc. Denominaciones de uso vigente en el marco legal de las relaciones internacionales. Ocho países, en su mayoría del norte desarrollado, de los llamados “primer mundo”, poseen como botín de viejas y nuevas tropelías de piratas y a veces como meros trofeos ganados en torneos de fuerza, 79 de estas entidades territoriales. Muchos de ellos, auténticos países con sus pueblos, su nacionalidad, su cultura, su dignidad, humillados y sometidos a la vil condición de colonias. Estados Unidos, el último de los imperios, es el más goloso, tiene en su haber 23 de estos territorios, sin sumar a esta nefasta cuenta, la inmensa mayoría de Estados reconocidos como independientes, que resisten bajo el patrocinio del neocolonialismo, explotados económicamente, agredidos por descomunales fuerzas militares y subyugados por un imperdonable vasallaje cultural. La conquista de pueblos para su dominación por medio de la fuerza, la que iniciaron los bárbaros a falta de ingenio, sigue en el siglo XXI vivita y coleando, con tan buena salud y vigor como las exhibidas por las hordas norteñas. USA y sus compinches practican el colonialismo y el neocolonialismo (no se distingue cual de las dos es mas brutal), como el cavernícola utilizó su garrote.


A este siglo, el de las ideas, no solo arribó el anticomunismo en su más aberrante estilo macartista, sino que exacerbó su odio e hizo público sus intenciones: perseguir, capturar, torturar y asesinar a los comunistas y a cuanto se le parezca, en cualquier lugar del mundo donde pudieran ser realmente una alternativa de poder. El terrorismo, el narcotráfico y la Seguridad de Estado, son nimiedades para los intereses de la derecha, ello forma parte de las mesas de negocios donde mercantilizan la política. La real intención de la política internacional del “imperio global”, es extirpar todo aquello que tenga expresión autentica, fuera de su hegemonía. Hoy, después de esa prodigiosa propuesta: “La Batalla de las Ideas” (Fidel Castro Ruz), el antibolivarianismo bulle en los espacios de opinión, aderezado por la arrogancia y el desprecio hacia el pueblo bolivariano, de quienes las expresan con absoluta impunidad, no por la idea en si, sino por lo que ella desata y esconde. Cuando Cristo murió asesinado en la cruz, el estado de cosas que combatió, a decir del imperio romano, no solo le sobrevivió tal cual, sino que se robusteció al punto de que cuatrocientos años después, seguían las matanzas de cristianos tan solo para satisfacer la futilidad de sus emperadores. Hoy, doscientos años después de la gesta emancipadora y constructora de El Libertador, continúan las matanzas de los hijos de Bolívar, que historicisticamente, comenzaron con el genocidio de cien millones de indígenas, practicadas por la acción civilizatoria del imperio español. Nunca cesaron. Todo movimiento insurgente, alternativo, revolucionario, con la obligada inspiración bolivariana, fue aniquilado sin piedad, durante estos últimos doscientos años, todo ello bajo el sello de la política exterior norteamericana. Hoy continúa amparado en la libertad de expresión de los capitales detrás de los medios de información. El antibolivarianismo no solo es la oposición a las ideas o el sistema de ideas creado por Bolívar (y ello dice mucho de la derecha quien las elabora), sino es el exterminio que suscita como acción concreta.


Toda idea, propaganda, estrategia o sentimiento que incite al odio, al punto de matar al sujeto odiado, debió quedar atrapada en los museos de la miseria del siglo XX, en los rincones más mohosos de su historia, solo para ser revisados con guantes y tapaboca como expedientes de su pasado vergonzante. Pero es que el antibolivarianismo y en consecuencia el anticomunismo, son crímenes que se cometen pública y notoriamente con descaro alevoso. En Chile la base de la fuerza que llegó al poder recientemente, cantaba como señal de victoria: “A los hijos de los comunistas se los matamos por guevones”. Alegre confesión de un genocidio en los albores del siglo de la justicia.


El imperio vomitó el capitalismo a las puertas de este nuevo siglo y en su espuma efervecen el neoliberalismo y la globalización. La presión de su cuarto de maquinas a reventado a mas de medio mundo. Millones de seres humanos en lo más profundo de sus calderas sin futuro. Fukuyama escribió sobre el fin de su historia, por supuesto, el capital tiene un tope, no puede ni tiene sentido crecer sin límites como lo propone el libre mercado. En fin, un sistema que no planifica su sustentabilidad sentencia su propio fin. Lo que le toca de vida al capitalismo en este siglo, es el tiempo para morir.


A este siglo arribó también con solapas insolentes, la monarquía, el euro centrismo, el arsenal nuclear, el esclavismo, la mafia, la trata de blancas, la discriminación por sexo, edad, color de piel, orientación sexual, nacionalidad, posición social y hasta por estética.


La cultura pervive al tiempo, identifica a los pueblos a pesar de su largo pasar, pero el tiempo permite su acrisolamiento, sus procesos sincréticos. A través de él se consolidan y encriptan sus códigos que luego solo quienes la producen, son capaces de descifrar. El tiempo afecta a la cultura también cuando cambia el rumbo de sus vientos. El siglo XXI nació con las brisas y los huracanes de la revolución soplando hacia el sur. Es su tiempo. Aquí se han acantonado las corrientes de izquierda con toda su vital propuesta humanista (Comandante Hugo Chávez Frías), traducidas en el “Socialismo del siglo XXI”. Este tiempo debe volar a la altura del hombre y la mujer de esta época, que entre otros objetivos tiene el de domesticar a la derecha, enseñarla a que aprenda a debatir, someterla al imperio de la justicia y la coexistencia pacifica, en el marco de la ley humana y de La Madre Tierra (Evo Morales). Puede que suene cándido, pero es parte de sus principios, con la promesa de no dejarnos matar nunca más.


Patria, socialismo o muerte.


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